Hay
consenso en Europa acerca de que sólo la mutualización de la deuda puede
resolver la crisis del euro. Se cita a menudo los primeros años de EEUU, cuando
Alexander Hamilton, secretario del Tesoro de George Washington, logró que el
nuevo Gobierno federal asumiera las deudas de guerra revolucionaria de los
estados americanos.
Un vistazo
más atento revela que dicha experiencia no es útil ni alentadora para los
eurobonos. En primer lugar, asumir deuda estatal existente a escala federal no
es lo mismo que permitir que Estados individuales emitan bonos con
responsabilidad "conjunta y solidaria" y garantizados por todos los
países. Hamilton no tuvo que preocuparse del riesgo moral porque el Gobierno
federal no garantizó la deuda nueva en la que incurrieron los estados.
En segundo
lugar, raras veces se menciona que la deuda federal de EEUU en aquella época
(unos cuarenta millones dólares) era muy superior a la de los estados (cerca de
18 millones). Por esa razón, asumir la deuda de los estados no
fue crucial para el éxito de la estabilización financiera de posguerra en el
nuevo país. Al contrario, era un corolario natural del hecho de que la mayor
parte de la deuda se había contraído en la lucha por una causa común.
Además, las
fuentes más eficientes de ingresos del Ejecutivo por aquellas fechas eran los
aranceles e impuestos recaudados en las fronteras. Incluso desde el punto de
vista de la eficiencia, tenía sentido que el Gobierno federal asumiera la deuda
pública.
El
reconocimiento federal de las deudas de guerra de los estados también era
ventajosa en términos de desarrollo económico: una vez los estados no tuvieran
deuda, no necesitarían recurrir a los impuestos directos, que podrían haber
impedido el desarrollo del mercado interno. De hecho, cuando el Ejecutivo
federal asumió esa deuda (una cantidad reducida del total), los ingresos
estatales cayeron entre el 80 y el 90%. Los estados fueron fiscalmente
irrelevantes un tiempo.
Por último, la clave del éxito de la estabilización financiera fue
una reestructuración profunda. Hamilton calculaba que el Gobierno federal podía
obtener ingresos suficientes para abonar un interés del 4% sobre el total de la
deuda, muy por debajo del 6% de las obligaciones existentes.
A los
titulares de bonos estatales y federales se les ofreció un paquete de bonos a
más largo plazo, con un interés del 3 y el 6% (y un periodo de gracia de diez
años). El paquete se diseñó para que el coste medio del reconocimiento de la
deuda fuera del 4%. En términos modernos, el valor presente neto de la deuda
total (federal y estatal) se redujo a cerca de la mitad, si aplicamos el
rendimiento habitual de salida del 9%.
Más aún, los
largos plazos de vencimiento de los nuevos bonos federales hacían improbable
que hubiera que renegociarlos. Habría sido muy arriesgado exponer al Ejecutivo
federal a tal riesgo, dado que la operación se percibió al inicio y con razón
como de alto riesgo.
En los
primeros cinco años del país, el reconocimiento de la deuda engulló más del 80%
de los ingresos federales totales. El menor golpe podría haber quebrado al
Gobierno federal. Pero sucedió lo contrario: los ingresos federales se
triplicaron por la reconstrucción de posguerra y siguieron creciendo ayudados
por la neutralidad en las guerras mundiales.
La
situación en Europa
En cambio,
las perspectivas de crecimiento en Europa son bastante sombrías, y el pago de
intereses, incluso para Grecia e Italia, es menos del 20% de los ingresos
totales. El
problema real es refinanciar deuda en una economía estancada. Por ejemplo,
Italia tendrá pronto de un presupuesto estructuralmente equilibrado, pero aún
debe refinanciar deuda antigua.
Disipar
dudas sobre la sostenibilidad de la deuda pública en la Eurozona exigirá
también una reestructuración profunda. La crisis de la Eurozona podría resolverse
con toda seguridad si toda la deuda pública existente se convirtiese en
eurobonos a 20 años con un rendimiento del 3% y un periodo de gracia de cinco
años para el servicio de la deuda. Es fácil anticipar los efectos que
acarrearía en los mercados financieros.
Más
interesante, vista la situación actual en la Eurozona, es lo que aconteció casi
medio siglo después de las medidas de Hamilton. En las décadas de 1830 y 1840,
varios estados habían sobreinvertido en la tecnología líder de la época: los
canales. Cuando el auge de la construcción de canales acabó, ocho estados y el
territorio de Florida (un 10 por ciento de la población total de EEUU en la
época) no pudieron pagar sus préstamos, casi todos británicos.
Los
banqueros británicos amenazaron con no volver a invertir en un pueblo tan poco
de fiar como el americano. Recordaban el precedente de Hamilton y probablemente
habían invertido creyendo que, si hacía falta, el Ejecutivo volvería a rescatar
a los estados.
Sin embargo,
y pese a las amenazas de los acreedores extranjeros, el Gobierno federal no
acudió al rescate. La solicitud no prosperó por la imposibilidad de reunir una
mayoría simple de los estados (representados por el Senado) y la población
(representada por la Cámara de Representantes) según el proceso normal de toma
de decisiones (el método comunitario, en jerga de la Unión Europea).
Los impagos
resultaron caros. La década de 1840 fue un periodo de crecimiento lento, y las
continuas presiones de los acreedores extranjeros obligaron a la mayoría de los
deudores oficiales a retomar los pagos pasado un tiempo. El impago no fue una
salida fácil, y todos los estados de EEUU (con la excepción de Vermont) han
adoptado desde entonces enmiendas de equilibrio presupuestario en sus
constituciones para reforzar su credibilidad. ¿Están los miembros de la UE
dispuestos a tomar medidas así?
Fuente: www.eleconomista.es
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