Este sistema tuvo su inicio a partir de 1973, cuando el Presidente Nixon
pidió al Rey Faisal de Arabia Saudí que aceptara únicamente dólares en pago por
el petróleo y que invirtiera los beneficios en moneda, bonos y letras de cambio
del tesoro estadounidense. A cambio, Nixon prometía proteger
los campos petrolíferos de Arabia Saudí de la Unión Soviética y otros países
interesados, como Irán e Iraq. Fue el principio de algo magnífico para Estados
Unidos, aun cuando el resultado fuera tan artificial como la burbuja
inmobiliaria estadounidense, y en todo caso constituye el pilar fundamental de
la apreciación del dólar estadounidense.
En 1975, todos los miembros de la OPEP acordaron cobrar su petróleo
únicamente en dólares estadounidenses. Todos los países importadores de
petróleo del mundo empezaron a ahorrar los excedentes en dólares, con el fin de
poder comprar petróleo; ante una demanda tan elevada de dólares, la moneda se
fortaleció. Además, muchos
países exportadores de petróleo, como Arabia Saudí, gastaron sus excedentes de
dólares en obligaciones del tesoro norteamericano, lo que concedió al gasto
público estadounidense una nueva y amplia batería de prestamistas que lo
sustentaran.
El sistema del «petrodólar» fue una medida política y económica brillante. Obligó a
que el dinero del petróleo del mundo pasara por la Reserva Federal
estadounidense, lo que generó una demanda internacional cada vez mayor tanto de
dólares como de deuda estadounidense, al tiempo que, en esencia, permitía que Estados Unidos casi se
apropiara del petróleo del mundo gratuitamente, puesto que el
valor del crudo se establece en la moneda que Estados Unidos controla y emite.
Eso quiere decir que, desde Rusia a China, Brasil o Corea del Sur, todos los
países aspiran a maximizar los excedentes de dólares obtenidos con las
exportaciones comerciales para comprar petróleo.
Estados Unidos ha cosechado infinidad de recompensas. Cuando el consumo de
petróleo aumentó en la década de 1980, la demanda de dólares lo acompañó, lo
cual hizo ascender a su economía a nuevas cumbres. Pero incluso sin el éxito
económico en el ámbito nacional, el dólar se habría disparado, pues el sistema
del petrodólar dio lugar a una demanda sólida de dólares que, a su vez,
aumentaban su valor. Un
dólar fuerte permitió a los estadounidenses adquirir importaciones con
descuentos inmensos: en esencia, el sistema del petrodólar creó un mecanismo de
subsidio para los consumidores estadounidenses a costa del resto del mundo.
Aquí, finalmente, Estados Unidos topó con un inconveniente: la disponibilidad
de importaciones baratas golpeó fuerte a la industria manufacturera
estadounidense, y la desaparición de puestos de trabajo en el sector sigue
siendo uno de los mayores obstáculos para resucitar hoy día a la economía del
país.
Hay otro inconveniente, una amenaza potencial que ahora acecha agazapada.
El valor del dólar estadounidense viene determinado en buena medida por el
hecho de que el petróleo se paga en dólares. Si el negocio cambia a otra
moneda, los países del mundo no necesitarán todo su dinero estadounidense. La
consiguiente liquidación de dólares estadounidenses debilitará la moneda de
forma espectacular.
Así que aquí hay un interesante experimento mental. Todo el mundo dice que
Estados Unidos entra en guerra para proteger su suministro de petróleo pero, ¿no se trata más bien de que entra en
guerra para garantizar la continuidad del sistema del petrodólar?
La guerra de Iraq nos ofrece un buen ejemplo. Hasta el mes de noviembre de
2000, ningún país de la OPEP se había atrevido a contravenir la norma de pagar
en dólares, y mientras el dólar seguía siendo la moneda más fuerte del mundo,
tampoco había demasiadas razones para poner en cuestión el sistema. Pero a
finales del año 2000, Francia y otros miembros de la UE
convencieron a Saddam Hussein de que desafiara el mecanismo del petrodólar y
vendiera su petróleo por alimentos en euros, no en dólares. En el
tiempo transcurrido entre ese momento y la invasión estadounidense de Iraq en
marzo de 2003, otros países insinuaron su interés por comerciar con petróleo en
moneda distinta del dólar, entre los que se encontraban Rusia, Irán, Indonesia
e, incluso, Venezuela. En abril de 2002, el representante iraní en la OPEP,
Javad Yarjani, fue invitado a España por la Unión Europea para que expusiera un
análisis detallado de cómo podría la OPEP, en cierta medida, vender su petróleo
a la UE en euros, no en dólares.
La medida, fundada en Iraq, estaba empezando a poner en peligro el
predominio del dólar estadounidense como moneda de reserva mundial y
«petromoneda». En marzo de 2003, Estados Unidos invadió Iraq, lo que puso fin
al programa de petróleo por alimentos y a su plan de pago en euros.
Hay otros muchos ejemplos en la historia de intervención estadounidense
para detener movimientos de abandono del sistema del petrodólar, a menudo de
forma encubierta. En febrero de 2011, Dominique Strauss-Kahn, director general
del Fondo Monetario Internacional (FMI), reclamó una nueva moneda mundial para
hacer frente al predominio del dólar estadounidense. Tres meses después, una
limpiadora del Hotel Sofitel de Nueva York adujo que Strauss-Kahn había abusado
de ella. Strauss-Kahn fue cesado de su puesto en el FMI en cuestión de semanas;
a partir de ese momento, se le absolvió de todas sus fechorías.
La guerra y este tipo de intervenciones insidiosas pueden ser caras, pero
los costes de no proteger el sistema del petrodólar serían mucho más elevados. Si se aceptaran euros, yenes, yuanes,
rublos o, en ese sentido, directamente oro para pagar el petróleo, el dólar
estadounidense se volvería irrelevante enseguida, lo que despojaría a la moneda
de casi todo su valor. Cuando el resto del mundo descubre que
existen otras alternativas además del dólar para realizar las transacciones
globales, Estados Unidos tiene que hacer frente a una transición muy importante
en la maquinaria petrolífera mundial... y muy, muy desagradable.
Sigamos aprendiendo mucho más de Sucursales BBVA Provincial ya que es un banco que siempre esta al tanto de nosotros y nos ayudará siempre.
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