Por Alberto Benegas Lynch (h)
En la mayor parte de las
Facultades de Economía desafortunadamente se sigue enseñando el llamado “modelo de competencia perfecta”
y los esquemas del producto bruto nacional como si fueran el desiderátum y la
piedra filosofal de la profesión.
Tal vez lo peor y más contradictorio sea lo primero
aunque lo segundo prepara mentes para pensar en agregados con la espalda a las
decisiones individuales.
Lo que sigue puede aparecer como algo técnico que excede
lo que puede razonablemente digerirse en una nota periodística, pero visto de
cerca no lo es y reviste la mayor de las importancias ya que de estas nociones
equivocadas parten los problemas del estatismo tan en boga.
En este sentido, es de interés consultar la autobiografía intelectual de Raul
Prebisch (Capitalismo periférico),
probablemente el economista que más ha influido en América latina, quien pone
de relieve el salto lógico al intervencionismo desde esos esquemas aprendidos en sus
estudios de economía en la Universidad de Buenos Aires.
Dejando de lado que nada al alcance de los mortales es
perfecto, el modelo de marras se basa en concepciones decimonónicas y erradas
de León Walras por el que no se estudia el proceso de competencia sino que se lo tipifica
como algo estático y bajo varios supuestos uno de los
cuales es que los actores tienen conocimiento completo de todos los factores
relevantes, lo cual elimina de un plumazo la noción misma de competencia puesto
que en ese caso no hay posibilidad alguna de arbitraje, es decir, se descarta
la participación del empresario ya que este irrumpe debido a que conjetura (no
sabe) que los costos estás subvaluados en términos de los precios finales al
efecto de obtener una ganancia.
Uno de los académicos de mayor calado que explicaban y
difundían la noción de “competencia perfecta” es Mark
Blaug quien
finalmente en su “Aterword” de su obra compilada con Neil de Marchi titulada Appraising
Economic Theories escribe
que “Los Austríacos [miembros de la Escuela Austríaca] modernos van más lejos y
señalan que el enfoque walrasiano al problema del equilibrio en los mercados es
un cul de sac: si queremos entender el
proceso de la
competencia más bien que el equilibrio final tenemos que comenzar por
descartar aquellos razonamientos estáticos implícitos en la teoría walrasiana.
He llegado lentamente y a disgusto a la conclusión de que ellos están en lo
correcto y que todos nosotros hemos estado equivocados”.
Efectivamente, el premio Nobel en Economía Friedrich
Hayek en su
ensayo “Competition As a Discovery Procedure” ("La competencia como un
proceso de descubrimiento") apunta “el absurdo del procedimiento usual en
el que se comienza el análisis con una situación en donde se supone que todos
los hechos son conocidos. Curiosamente, la teoría económica llama a esto
competencia perfecta. No deja espacio alguno para la actividad llamada
competencia que, se presume, ya ha realizado su tarea”. Por su parte, Israel
Kirzner escribe
en The Meaning of the Market Force que “las decisiones de los
participantes individuales en el mercado de ningún modo pueden tratarse como
que surgen inexorablemente de circunstancias objetivas que prevalecen en el
instante anterior a las respectivas decisiones”, y Murray
Rothbard agrega
en su tratado de economía que si fuera correcto el supuesto del “modelo de
competencia perfecta” en cuanto al antes referido conocimiento perfecto, no
habrían saldos de caja ya que no ocurrirían imprevistos, en cuyo caso la
demanda de dinero caería a cero, lo que, a su vez, haría desaparecer los
precios y el consiguiente cálculo económico.
En resumen, se trata de un absurdo que muchos profesores
siguen enseñando porque les cuesta salirse del libreto aprendido pero el daño
es grande al trasmitir una visión tan desformada de lo que significa el proceso
económico y el funcionamiento de los mercados.
Respecto al segundo desconcepto, ya lo hemos tratado en
otras oportunidades por lo que transcribo lo dicho. Don Lavoie y Emily
Chamlee-Wright en su libro Culture and Enterpriseexpresan
serios reparos a que el significado de las mediciones de bienestar económico se
traduzcan en términos del producto bruto interno ya que consideran el progreso
como algo enteramente subjetivo (incluso ejemplifican con el caso de las
alarmas y cerraduras que se computan en las estadísticas del producto bruto
pero pueden significar drásticas reducciones en la calidad de vida debido a
incrementos en la inseguridad).
En esta línea argumental personalmente agrego que
aquellas estadísticas deben verse con espíritu crítico en varios planos.
Primero, es incorrecto decir que el producto bruto mide el bienestar puesto que
mucho de lo más preciado no es susceptible de cuantificarse. Segundo, si se sostiene
que solo pretende medir el bienestar material debe hacerse la importante
salvedad de que no resulta de esa manera en la media en que intervenga el
aparato estatal puesto que lo que decida producir el gobierno (excepto
seguridad y justicia en la versión convencional) necesariamente será en un
sentido distinto de lo que hubiera decidido la gente si hubiera podido elegir:
nada ganamos con aumentar la producción de pirámides cuando la gente prefiere
leche.
Tercero, una vez eliminada la parte gubernamental, el
remanente se destinará a lo que prefiera la gente con lo que cualquier
resultado es óptimo aunque sin duda el estatismo hará retroceder las
condiciones de vida debido a la injustificada succión de recursos y la
consiguiente alteración de los precios relativos, lo cual conduce al
desperdicio de los siempre escasos bienes disponibles. Cuarto, el manejo de
agregados como los del producto y la renta nacional tiende a desdibujar el
proceso económico en dos sentidos: hace aparecer como que producción y distribución
son fenómenos independientes uno del otro y trasmite el espejismo que hay un
“bulto” llamado producción que el ente gubernamental debe distribuir por la
fuerza (o más bien redistribuir ya que la distribución original se realizó
pacíficamente en el seno del mercado).
Quinto, las estadísticas del producto bruto tarde o
temprano conducen a que se construyan ratios con otras variables como, por
ejemplo, el gasto público, con lo
que aparece la ficción de que crecimientos en el producto justifican
crecimientos en el gasto público. Y, por último, en sexto lugar, la conclusión
sobre el producto es que no es para nada pertinente que los gobiernos lleven
estas estadísticas ya que surge la tentación de planificarlas y proyectarlas
como si se tratara de una empresa cuyo gerente es el gobernante. Esto no
permite ver que cuando gobernantes estiman tasas de crecimiento del producto no
es que se opongan a que sean más elevadas y si resultan menores es porque así
lo resolvió la gente. Si prevalece un clima de libertad y de respeto recíproco
los resultados serán los que deban ser. En este sentido, James
M. Buchanan ha
puntualizado en “Rights, Efficency and the Irrelevance of Transction Costs” que
“mientras los intercambios se mantengan abiertos y mientras no exista fuerza y
fraude, entonces los acuerdos logrados son, por definición, aquellos que se
clasifican como eficientes”.
Si por alguna razón el sector privado considera útil
compilar las estadísticas del producto bruto procederá en consecuencia pero es
impropio que esa tarea esté a cargo del gobierno. Por los mismos motivos de que
los gobiernos se tienten a intervenir en el comercio internacional, Jacques
Rueff en The Balance of Payments mantiene que “El deber de los
gobiernos es permanecer ciegos frente a las estadísticas del comercio exterior
[…] si tuviera que decidirlo no dudaría en recomendar la eliminación de las
estadísticas del comercio exterior debido al daño que han hecho en el pasado,
el daño que siguen haciendo y, temo, que continuarán haciendo en el futuro”.
Cuando un gobernante actual se pavonea porque durante su
gestión mejoraron las estadísticas de la producción de, por ejemplo, trigo es
menester inquirir que hizo en tal sentido y si la respuesta se dirige a
puntualizar las medidas que favorecieron al bien en cuestión debe destacarse
que inexorablemente las llevó a cabo a expensas de otro u otros bienes. No hay alquimias
posibles, en esta instancia del proceso de evolución cultural, lo único que un
gobierno puede hacer para favorecerle progreso de la gente es respetar marcos
institucionales civilizados que aseguren los derechos a la vida, la propiedad y
la libertad.
En otras palabras, la llamada “competencia perfecta” es
en verdad ausencia de competencia, modelo que desfigura y oscurece por completo
el proceso de mercado e induce a los estudiantes a conclusiones a todas luces
desacertadas y, por su parte, el producto bruto, en gran medida, termina siendo
un producto para brutos. Por otra parte, concentrar la atención solo en lo
material hace perder de vista la razón espiritual del hombre…como escribió el
decimonónico Leslie Stephen “es más
fácil construir iglesias que pensar en que es lo que se va a enseñar dentro de
ellas”.
Fuente: www.elcato.org
Buen blog
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