En pocos lugares se estudia más a fondo la actualidad
hispanoamericana que el Cato Institute de Washington DC. Su analista
especializado en la región ofrece las claves de futuro.
En el siguiente artículo el autor analiza el papel que
juega Brasil y la fortaleza de su economía en esta nueva reorganización económica
que vive el mundo y como este país se ha desarrollado, aun cuando otros han
fracasado en su intento, sin dejar de tomar en cuenta que este gigante se
desinflado un poco al caerse los precios de las materias primas en los mercados
internacionales.
¿Cuáles son los ingredientes primordiales para el
desarrollo?
La historia de los últimos 200 años nos ha demostrado que
aquellos países que lograron tener altas tasas de crecimiento económico durante
largos períodos de tiempo, y que como resultado alcanzaron el estatus de
naciones desarrolladas, son aquellos que implementaron políticas consistentes
con la libertad económica: un
Estado pequeño con bajos niveles de gasto y de impuestos,
Estados de Derecho que garantizan la protección a los derechos de propiedad y
cuentan con sistemas judiciales independientes, monedas sanas libres de
manipulación por parte de la clase política, libre comercio, y regulaciones
sobre los mercados laborales, comerciales y crediticios que sean simples y poco
onerosas.
Ningún país ha logrado reducir la pobreza
significativamente sin haber contado con altas tasas de crecimiento económico
sostenido en el tiempo, y ningún país ha logrado eso sin haber implementado
antes una combinación consistente de estas políticas antes descritas.
¿Por qué algunos países fracasan una y otra vez cuando
intentan desarrollarse?
En muchas ocasiones porque no aprenden las lecciones del
pasado o porque sacan las lecciones equivocadas del mismo. Quizás el ejemplo
más claro es el de Argentina, país que al inicio del siglo XX se encontraba
entre las naciones más ricas del planeta, pero a partir de experimentos
populistas en la década de los treinta empieza un período de decadencia que
continúa hoy en día.
En la década de los noventa, cuando Argentina experimenta
un colapso absoluto del Estado empresario, con una hiperinflación que alcanza
los 4 dígitos, el país se embarca en un proceso de reformas de mercado en donde
se redujeron aranceles, se privatizaron empresas estatales, se introdujo una
caja de conversión para atar el valor del peso al del dólar estadounidense,
entre otras iniciativas que, algunas más decididamente que otras, iban en la
dirección de liberalizar la economía.
Sin embargo el gobierno argentino nunca controló su gasto público, y el peso de
éste más una deuda que cada vez se hacía más difícil de financiar terminó
hundiendo a la economía en una crisis en el 2001.
Los argentinos sacaron
las lecciones equivocadas de esta crisis y la achacaron a las reformas
de mercado de los noventa. Por eso han apostado a gobiernos que han prometido
revertir dichas reformas y hoy tenemos una Argentina más estatista, más
proteccionista, con la inflación más alta del mundo y que tarde o temprano
volverá a entrar en crisis.
La evidencia empírica es contundente en que son las políticas de libre mercado las que
generan prosperidad y desarrollo. Si hay países que en democracia no logran
desarrollarse a pesar de esta evidencia, es porque sus clases gobernantes—que
al fin de cuentas son electas por los votantes—no ven o no quieren ver esta
realidad.
¿La ayuda externa ayuda al desarrollo o lo imposibilita?
Si la ayuda externa contribuyera al desarrollo, el África
subsahariana ya sería una de las regiones más prósperas del planeta luego de
recibir cientos de miles de millones de dólares en ayuda en las últimas
décadas. Sin embargo ocurre todo lo contrario. El economista Peter Bauer decía que la ayuda externa eran transferencias de dinero
de los contribuyentes pobres en los países desarrollados a los gobernantes
ricos de los países pobres. Lo cierto es que esta ayuda externa lo que
ha servido es a mantener en el poder a autócratas corruptos que, debido
precisamente a este apoyo financiero, no cuentan con mayor incentivo para
reformar las economías de sus países y generar riqueza.
¿Qué necesita la América hispana para incorporarse al
tren del desarrollo?
América Latina necesita de mayor libertad económica en
todo su espectro, pero en especial dos ingredientes específicos: alcanzar un
Estado de Derecho maduro y consolidado que garantice la propiedad privada y
donde los sistemas judiciales brinden justicia pronta y cumplida, y reducir las
innumerables regulaciones que asfixian el emprendedurismo en todo nivel.
Uno de cada dos
latinoamericanos trabaja en el sector informal. Esto quiere decir que no tienen acceso al sistema
judicial, no pueden establecer contratos, no pueden obtener créditos, ni
publicitarse, etc. Viven en un estado de apartheid económico. No importa cuánto
crecimiento alcance la economía formal, este sector que se encuentra en la
informalidad no ve los beneficios totales de este crecimiento.
De ahí ese flagelo que es la desigualdad en América
Latina. Y la razón por la que uno de cada dos latinoamericanos trabaja en el
sector informal es porque a lo largo de los años los gobiernos latinoamericanos
han venido montando un sinnúmero
de regulaciones, permisos, licencias, trabas,
que imposibilitan a los latinoamericanos de bajos recursos poder ponerse un
negocio de manera formal.
De tal forma que, en los países desarrollados si Usted quiere
hacerse rico se pone un negocio. En América Latina Usted necesita ser rico para
poder ponerse un negocio. Acabar con este viacrucis regulatorio que asfixia el
emprendedurismo de las masas latinoamericanas debería ser la prioridad de los
gobiernos de la región.
¿Cuál es la gran promesa hispana: Brasil o México?
Chile. Este país se encuentra entre las economías más libres del planeta,
cuentan con los índices de pobreza más bajos de la región, con el ingreso per
cápita mal alto de América Latina y, de seguir creciendo a tasas saludables en
la próxima década, se convertiría en el primer país desarrollado de la región.
Es el modelo chileno el que otros países como Perú y El Salvador han tratado de
imitar.
Brasil ha demostrado ser un gigante con pies de barro. El crecimiento relativamente sano que
experimentó por unos seis años se ha desinflado con la caída de los precios de
las materias primas. Resultó ser una ilusión. Por otra parte, México cuenta con
el dudoso honor de haber tenido el segundo crecimiento per cápita más bajo de
América Latina en la década pasada.
Es cierto que México enfrentó muchos retos en dichos
años: la entrada a la OMC de China—un competidor directo en industrias
manufactureras—la crisis de la fiebre porcina, la recesión económica en EE.UU.,
etc., que golpearon su economía. Sin embargo México sigue arrastrando el lastre de la poca o nula competencia
que tiene en sectores claves de la economía: telecomunicaciones, transporte,
energía, cemento, etc.
Si bien la economía mexicana ha gozado de una estabilidad
macroeconómica sin precedentes, necesita abrir sus monopolios públicos y
privados a la competencia con tal de generar un crecimiento más acorde a su
tamaño. De acuerdo a algunos estimados, si México hiciera estas reformas,
podría crecer dos puntos porcentuales adicionales al año, lo cual en el mediano
plazo representa la diferencia entre desarrollo o subdesarrollo.
¿El futuro pinta bien para los países hispanos?
Para una mayoría de estos sí. Vemos una división entre
aquellos países que han apostado sus perspectivas de desarrollo en la economía
de mercado, aunque si bien unos más entusiastamente que otros, como Chile, Perú, Colombia, México y
algunos centroamericanos, y aquellos que han recurrido a políticas populistas
que asfixian a sus sectores productivos y que cada vez más dependen de la
exportación de materias primas para mantenerse a flote: Venezuela, Ecuador, Bolivia y ahora oficialmente Argentina. Brasil
se encuentra en el medio de estos dos grupos.
Sin embargo, los países que han recurrido al populismo
cuentan con únicamente con un 15% de la población latinoamericana y representan
nada más el 20% del PIB regional. Claramente la mayoría de países latinoamericanos ha apostado por un modelo de
democracia de mercado, que si bien imperfecto e incompleto, va por la
dirección correcta.
J.C
Hidalgo (Cato Institute)
Mas información en: www.intereconomia.com
un país que ha sabido manejar la situación económica, como todos siempre se tienen errores, pero al menos sus gobernantes se enfocan mas en su progreso, por ello, en sus tiempos de crisis por la pandemia, entregaron a sus ciudadanos un Cupo dólar
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