Por DAGENS NYHETER
El principal obstáculo para la creación de una auténtica comunidad
homogénea en la Unión Europea no lo constituyen las diferencias entre los
resultados económicos de los países de la UE, sino los abismos culturales
existentes entre los europeos. Por eso no es de extrañar que nos cueste tanto
construirla.
Muchos
han sido los que han querido unificar Europa y todos han fracasado en el
intento: Atila, Carlomagno, Napoleón, Hitler. La última tentativa hasta la
fecha es la de la Unión Europea. En Europa, al convertirse después de Hitler en
un continente pacifista, la unificación no se ha realizado a golpe de batallas,
sino con medios inofensivos, como la buena voluntad, las instituciones comunes,
las leyes y las normativas. El euro es la última de estas iniciativas, y sin
duda la más audaz, para lograr una Europa unificada.
El
origen del proyecto europeo moderno es político, aunque desde de sus inicios se
centrara en la economía. El objetivo de la Comunidad Europea del Carbón y del
Acero era sacar a las industrias necesarias en la guerra del contexto del
Estado-nación para prevenir nuevos conflictos. Las economías nacionales tenían
que agruparse en un gran mercado único sin fronteras para ir convergiendo con
el tiempo unas hacia otras.
El
proyecto no se basaba simplemente en la supremacía de la economía, sino también
en la idea de que la racionalidad económica iba a permitir que surgiera una
comunidad en otros ámbitos, con el fin de crear un conjunto que se pareciera a
los Estados Unidos de Europa.
La
región más compleja del mundo
Sin
duda, la economía ha desempeñado una función decisiva cuando se ha tratado de
evitar guerras en Europa y en este sentido, la cooperación europea ha sido un
gran éxito después de 1945. Pero la cooperación económica ya no basta para lo
que debemos construir hoy; la crisis del euro nos ha enseñado que esta
cooperación tiene sus límites, que en realidad son de orden histórico y
cultural. Porque Europa es sin duda la región del mundo más compleja que
existe.
En
un espacio de tamaño modesto, más de 300 millones de personas intentan formar
una unión, si bien no hay que irse muy lejos para no comprender lo que nos
hablan, para encontrarse a gente que come y bebe cosas que no conocemos, que
cantan otras canciones, que celebran a otros héroes, que mantienen otra
relación con el tiempo, y también tienen otros sueños y otros demonios.
Y
sin embargo, estas diferencias subyacentes jamás o rara vez se mencionan. Se
ocultan con un discurso en el que todos los europeos parecen estar unidos
naturalmente ante el resto del mundo, si bien un sueco sin duda tendrá más
cosas en común con un canadiense o un neozelandés que con un ucraniano o un
griego. Probablemente, debido a nuestras diferencias culturales, y no políticas
y económicas, la historia de Europa está repleta de hostilidades y violencia,
empezando por las dos guerras más atroces que haya conocido la humanidad, que
en el fondo tan sólo eran guerras civiles europeas.
Pero
da la impresión de que todo eso se olvida o se reprime. O incluso se desconoce.
El discurso europeo que escuchamos a diario (la bandera, Beethoven,
Eurovisión…) poco tiene que ver con nuestra realidad europea; sería más bien
pura propaganda de un proyecto que no quiere ni oír hablar de las diferencias
culturales o de mentalidades, que sin embargo son claramente más profundas que
nuestras diferencias materiales o financieras.
La
Europa en la que no queremos creer
En
realidad, hemos tenido que esperar a que se produjera la crisis europea para
abrir los ojos ante el abismo que separa el discurso de la realidad. Para
nuestra sorpresa, la crisis nos ha hecho descubrir a gente que jamás había
pagado impuestos, que pensaba que los demás tenían que pagar sus deudas y que
acusaba de despotismo a los que le tendían la mano. Ignorábamos la existencia
de esos europeos y no queremos creerla. Sin embargo, es la realidad y es algo
que existe hace mucho tiempo.
Aparte
de los especialistas, ¿quién sabía hace un año lo que era el clientelismo?
Tengo una amiga croata que es ministra desde comienzos de año. No es un
ministerio de primer nivel, pero no importa. Le pregunto cuántos funcionarios
permanentes figuran en la lista de empleados del ministerio. Quinientos.
¿Quinientos? Parece una cifra excesiva para un país como Croacia. ¿Cuántos
colaboradores necesitaría para elaborar la política que pretende llevar a cabo?
La
repuesta retumba como un estruendo: treinta. "¿Y tienes pensado despedir a
los 470 restantes?". La ministra me mira con un aire a la vez empático y
burlón a mí, a este tonto del norte de los Alpes (aunque no soy rubio). No.
Porque no tiene ninguna intención de poner en peligro su vida. Especialmente
porque tiene un hijo que va al colegio andando todos los días. Y le puede
ocurrir rápidamente un accidente. Incluso después de que mi amiga haya dejado
su puesto, cerca de 500 funcionarios seguirán yendo cada día a oficinas que no
existen para realizar un trabajo que no les espera. Lo único que existe en el
mundo real son los sueldos que cobran.
Así
es nuestra Europa. Y el Norte no es menos ajeno que el Sur y el Este no lo es
menos que el Oeste y viceversa. Todo depende del punto de vista. Europa no es
ni más ni menos que un panal de miel extremadamente frágil, compuesto por
particularismos culturales, históricos y mentales. Ningún europeo se parece a
los demás. Y sin embargo, preferimos ver a esta Europa no como un panal, sino
como un tarro de miel, listo para consumir.
Fuente: www.presseurop.eu/
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