Fuente: El Cronista.com
Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi
amado, pues de puro enamorado de continuo anda amarillo; que pues, doblón o sencillo, hace todo cuanto
quiero, poderoso caballero, es don Dinero.” Aunque magistral, Quevedo no fue el
único. La literatura retrató desde el principio a criaturas que han hecho del
dinero su fetiche.
Desde el rey Midas de la mitología clásica, embriagado
por su propia fortuna, condenado a convertir en oro todo lo que toca y
prisionero de su propio deseo, hasta el viejo avaro de las comedias latinas de
Plauto, que luego sería el molde para forjar a ese otro avaro insuperable de
Moliere, el Harpagón que hoy es la imagen universal de los miserables.
Avaricia y codicia hoy tienen, sin embargo, otro
nombre. Más a tono con los tiempos, quizás, pero ilustrativo de esa misma
pasión triste. La adicción al dinero. Esa carrera que empobrece y que puede
estrangular hasta el último entusiasmo. Una trampa fácil que puede embotar hasta
al más prevenido.
¿Pero qué hay detrás de este afán que pierde toda
medida? Hasta ahora las explicaciones apuntaban sobre todo al valor del dinero
como recurso social y a su poder simbólico. Para decirlo sin vueltas: el dinero
permite conseguir lo que queremos, incluso sin necesidad de caerle bien a la
gente. Pero las últimas teorías, aunque controvertidas, sugieren que quizás
haya una base biológica para esta obsesión.
La tesis de los psicólogos Stephen Lea, de la
Universidad de Exeter, Reino Unido, y Paul Webley, de la Universidad de
Londres, es que el dinero, como la nicotina o la cocaína, actúa en nuestra
mente como una droga con poder adictivo que activa ciertos centros de placer en
el cerebro.
El dinero, entonces, sería capaz de cambiar la forma
en que nos sentimos, aún cuando no tenga una función evolutiva o sea relevante
desde el punto de vista biológico.
Los académicos sugieren dos caminos que pueden
explicar por qué esta adicción echa raíces. Por un lado, una suerte de memoria
evolutiva que se remonta a tiempos en que los que aquel que era más hábil para
el intercambio de bienes tenía más chances de sobrevivir. Por el otro, un
instinto lúdico propio de los humanos y relacionado con los largos años de
crianza de la especie. El dinero sería, según esta línea de pensamiento, el más
adictivo de los juegos que inventaron los adultos.
Claro, que en el mundo académico no todos comparten
esta teoría e incluso se ha apuntado que la adicción al dinero bien podría
explicarse como una simple manifestación del mismo instinto de acumulación que
se verifica en muchas especies, que tienden a almacenar comida más allá de las
necesidades actuales o incluso de eventuales requerimientos futuros.
Así y todo, algunos descubrimientos invitan a
plantearse hasta qué punto este apetito desmedido puede tener una base más
primitiva de lo que pensaría uno en principio. Bárbara Briers, de la escuela de
negocios HEC, en París, y sus colegas llegaron a la conclusión de que existe
una conexión entre la adicción al dinero y los mecanismos que rigen nuestra
conducta hacia la comida. Durante una de las pruebas se constató por ejemplo,
que los voluntarios que habían sido privados de alimento, eran menos proclives
a donar dinero a la caridad, mientras que los que mostraban mayor interés en el
dinero tendían a comer más dulces. Quizás el cerebro -ese artefacto misterioso
del que tan poco sabemos- procese ambos estímulos de un modo semejante.
En todo caso, desde la psicología, el dinero es
tratado cada vez más como una adicción. En “El mal dinero. Reflexiones sobre la
codicia y la avaricia” (Editorial Biblos), Aída Aisenson Kogan y Fanny S. Y. De
Hoffer lo explican claramente: “Se dota
al tener plata de un don casi mágico de abolir toda pena, toda decepción o una
deslucida imagen de sí”.
“La insaciabilidad en la tendencia al apropiamiento o
la retención, resulta en la incapacidad de gozar plenamente de los bienes de
que se dispone y no permite sino, disfrutes fugaces”, agregan. Se verifican los
rasgos de toda dependencia: compulsividad, búsqueda de algo más que la meta
explícita a la cual rodea un aura ilusoria, empobrecimiento de la gama de
intereses que animan la vida, el debilitamiento de la persona moral, una
general fragilidad interior.
No es fácil en los tiempos que nos tocaron (y quizás,
vaya a saber uno, en ningún otro) escapar a la ilusión materialista que nos
promete acercarnos un poco a una felicidad que puede volverse tan trabajosa.
Quizás no haya atajos. O quizás, como decía Groucho Marx, en la vida hay muchas
cosas más importantes que el dinero. El problema es que cuestan tanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario